martes, 7 de junio de 2011

Un martes por la mañana. (tarde en Chile)




Me encuentro en Farley's. Me como un quequito de frambuesa (raspberry muffin) que compré en el aeropuerto de Phoenix ayer mientras esperaba mi avión de regreso a San Francisco. Está todo aplastado, da risa, pero igual de sabroso. Como yo, me río tontamente. En el último tiempo me he sentido así, aplastada. Nada tan grave ha pasado, nada irreversible, no, nada que quiera revertir, mejor dicho. Puedo atribuir cada desgracia al cambio de ciudad, al desapego mediato o a que simplemente ha pasado mucho tiempo sin volver a lo habitual. Pero no, no ha de ser ese el caso, porque las acciones las cometemos nosotros. Las consequencias deben ser atribuidas a nuestros deseos... Así que me callo un poco. En períodos como éstos digo cosas con menos sentido que lo acostumbrado, me río en medio de lágrimas o me doy lástima sola, y no sé si es una época del año o qué, pero al leer a otros amigos -no todos-, descubro que varios nos encontramos en la misma búsqueda -o en la misma perdición- de saber qué mierda estamos haciendo. Cuando desearía estar un poco más cerca para por último pegarnos esas miradas despavoridas al mismo tiempo y saber que estamos en las mismas, darnos el lujo de sentirnos acompañados. Hubo un período similar a éste, en el cual no pude escuchar música o ver televisión, ni siquiera ver personas haciendo su vida. No diré que descarto que eso vuelva a suceder, pero me pongo cuero de chancho -en vista que me comporto como uno a veces- para escuchar las mismas canciones, ver las mismas películas y hablar con las mismas personas. Debo confesar que el miedo a las nuevas es desconocido, pero lo estoy sientiendo.

Fui a Minneapolis la semana pasada. Nada fue planeado, fue algo así como un empujón de la realidad para mi desgracia. Pero, no todo fue tan gris. Hubo una fiesta para mi cumpleaños en casa de Jared y Bonyin. Aquéllo fue como una recarga a mis fuerzas y espíritu, sé que suena chanta, y quizás tenga algo de cierto, debido a que me he encontrado bastante triste, pero, me recargó, por algo estoy aquí escribiendo. Vi a amigos que dejé de ver por uno u otro motivo mientras vivía en Minneapolis. Todos fueron y los abrazos y buenos deseos volaban. Tal cosa me hizo asentir con esta cabecita linda que dios me dio -como diría mi adorada madre- que es momento de cerrar ese capítulo y darle comienzo al que tendré por un año en San Francisco, con gente maravillosa que ya se ha hecho presente frente a este corazoncito que tengo atrapado.

He olvidado que no es muy sano atarse a momentos y darle una cabida completa a sentimientos que sólo pertenecen a ciertas circunstancias, ¡todas estas cosas se olvidan cuando la droga de la felicidad nos toma el cuerpo!

Cuando venía en el avión de Phoenix a casa, al lado mío venía un caballero, mayor que yo. Y ya esto de la edad me una risa quisquillosa en las neuronas. Él me hablaba sobre lo mismo... que la vida y la vida y la vida. Vivir de personas no ha de ser el caso para tener una mente sana, más bien vivir de sus alegrías y se sus idas, que si hay algo que realmente nos úne, la misma alegría cruzará las miradas en un futuro. Pero nunca es momento para preocuparse del futuro, nunca. El ahora ha de ser el que tomemos en cuenta. Y pucha que duele, pero pensarlo de esta forma ayuda bastante. Por esto, es que estoy escribiendo hoy.



Me doy risa, quiero escribir sobre un viaje a Chicago, el primero que hice con mi amiga Tanaka, pero no recuerdo mucho. Sí recuerdo que fue un caos y cada vez que pienso en él, río a carcajadas. A ver qué se viene.

ah, y tengo veintidós ya, que comience la fiesta.